Este año se han puesto muy de moda las dietas que prescinden de los carbohidratos, como el método Dukan o el método Atkins: estos son modelos de dietas hiperproteicas que basan su eficacia en el aporte nulo o casi nulo de carbohidratos, de modo que el organismo entra en estado de cetosis y quema grasas más rápidamente. La «base científica» sobre la que se asientan es la teoría de que el organismo, para obtener energía, quema primero los carbohidratos, luego las grasas y por último las proteínas: si prescindimos del aporte de hidratos, el organismo pasará a quemar grasas directamente. Al margen de que esta no es una verdad absoluta (pocas veces el cuerpo humano funciona como una calculadora en la que dos más dos son cuatro), con este tipo de dietas se obvian los peligros que conllevan la eliminación de un tipo de macronutriente (y, por ende, la ingesta masiva de otros para llegar a las necesidades calóricas diarias) de nuestra alimentación.
Los carbohidratos son los encargados de proporcionarnos energía para que nuestro organismo pueda funcionar: no sólo a la hora de realizar ejercicio, sino también para que cumpla las funciones básicas (respiración, circulación sanguínea, digestión…). Conseguir energía de las proteínas y de las grasas es bastante más complicado que obtenerla de los carbohidratos, con lo que el cuerpo debe trabajar más. Además, una ingesta exagerada de proteínas puede afectar negativamente al hígado, además de que no realizaríamos un aporte equilibrado de micronutrientes.
Este verano, y a pesar de estar en contra de estas prácticas radicales, me decidí a probar durante una semana una dieta rica en proteínas, eliminando los carbohidratos, para ver qué ocurría en mi cuerpo. A los pocos días de eliminar totalmente los hidratos (continuando con mi vida normal y con el entrenamiento que realizo habitualmente) me encontraba, literalmente, por los suelos: no podía entrenar, me sentía decaída y sin fuerzas, mi rendimiento en entrenamiento cardiovascular bajó notablemente, me costaba concentrarme… Me convertí en una piltrafilla, para que nos entendamos. ¡Ah! y no adelgacé, de propina.
Después de esta experiencia, me reafirmo en mi apuesta por una dieta equilibrada en la que figuren todos los macro y micronutrientes necesarios para el correcto funcionamiento del organismo, sin cometer excesos: comer de forma frecuente (realizar cinco comidas al día) y beber al menos dos litros de agua diarios seguirán siendo los pilares básicos de mi dieta.
¿Habéis probado alguna de las famosas dietas hipocalóricas? ¿cuál es vuestra experiencia?
Fuente: Lady fitness