Todos estamos familiarizados con ciertos dolores o molestias que nos acompañan desde hace algún tiempo. Estos dolores suelen ir y venir, nos visitan en los momentos más inoportunos, y su intensidad varía según las circunstancias. Es posible que una de las dos rodillas te duela cuando llevan un tiempo flexionadas, te incorporas para caminar, y ¡ala! ahí está. Al poco de caminar y desentumecerse un poco ya no parece molestarnos. Es nada, una pequeña molestia, que te ocurre sólo si estás mucho tiempo con la pierna flexionada, pero por lo general no te molesta. Te dices, o te dicen, que tienes una cadera más alta, e incluso recibes tratamiento osteopático, o de cualquier otra índole, y sientes un gran alivio, pero al cabo de un mes, o de un año, ahí está de nuevo. Qué este dolor, qué querrá indicarnos, ¿existe alguna manera de librarnos de él, definitivamente? Existen otros muchos dolores, más allá de simples molestias ocasionales que nos acompañan casi constantemente, o con una intensidad limitante, nos obligan a pararnos, a guardar reposo, nos tumban, después de meses de estar habitándonos, avisándonos. Esguinces mal curados, que acompañan nuestro caminar de por vida. Cicatrices que no cerraron bien, heridas aún abiertas, tanto en el plano físico como en el emocional, o el mental, y más allá en allá de eso heridas en el alma que están reclamando ser atendidas, cuidadas, sanadas.
Cuando superamos cualquier crisis, cualquier dificultad, cualquier perdida, nos hacemos más fuertes y más sabios, o sabias, y podemos mirar la cicatriz de la herida cerrada desde la serenidad, y esa cicatriz, esa herida sanada nos otorga poder y discernimiento, nos convierte en supervivientes orgullosos de nuestras batallas vitales. Por el contrario, las heridas que no son atendidas y curadas nos restan poder, nos debilitan, nos incapacitan, nos hacen repetir el pasado una y otra vez.
He aquí un sencillo ejercicio que puede ayudarte a conectar con tu dolor, a mirar tu herida, discernir cuáles son sus requerimientos, y emprender el proceso de sanación. Muchas veces basta con llevar la atención, atender la herida, para que el dolor se alivie de inmediato o desaparezca por completo. Otras veces, tan solo nos abren una puerta, o un camino para transitar y para hacernos cargo de nuestras necesidades más profundas, para conectarnos con nuestros anhelos más íntimos, o para invitarnos a creer en nuestra visión interior.
Puedes realizar este ejercicio mientras lo lees, en la silla. Sólo procura tener los dos pies bien plantados en el suelo y la espalda recta. Después, es aconsejable que repitas este ejercicio en posición horizontal. Si la música te ayuda a relajarte puedes poner una pieza que te guste, pero te aconsejo hacer esto en el mayor de los silencios, siempre que no te resulte incómodo, para poder hacer una escucha de alta calidad, y abrirnos por completo al mensaje de nuestro dolor:
1. Toma contacto con tu respiración. Inhala lenta y profundamente. Exhala lenta y profundamente. Inhala y exhala profundamente durante dos o tres ciclos, después deja que la respiración se acomode a su ritmo, que sea como quiera ser, si tu respiración es superficial está bien, si es profunda está bien, si observas bloqueos o discontinuidades en tu respiración está bien, solamente observa tu respiración libre.
2. Lleva ahora tu atención a tu cuerpo, siente el peso del cuerpo, siente su contacto con el suelo, o la cama, o el lugar en el que estés, siente el contacto de tu piel con la ropa, con el aire. Toma contacto con tu vientre, intenta conectar con las sensaciones en tu abdomen, en su interior. Si detectas algún tipo de tensión en esta zona tómate un par de inhalaciones profundas y libera la tensión en cada exhalación, deja que el abdomen se relaje. Haz lo mismo con tu pecho, deja que las costillas se muevan con amplitud y al exhalar liberar toda la tensión que pueda haber en tu pecho. Puedes exhalar por la boca si esto te ayuda a soltar.
3. Ahora siente tus manos, es fácil percibir sensaciones en la manos. Una especie de cosquilleo, o picor, un ligero hormigueo. Siente como vibran tus manos. Respira. Lleva una mano a la parte superior del pecho, siente su calor, su peso, su calidad sanadora. Ahora lleva el movimiento de la respiración hacia esa mano. No lo fuerces, no realices una respiración muy exagerada. Tan solo mece tu mano con tu respiración, deléitate con las sensaciones que produce. Ahora lleva la mano que queda libre a la parte baja del vientre, unos centímetros por debajo del ombligo, y haz lo mismo que antes, lleva la respiración a la mano que se ha posado en tu vientre, mécela con la respiración. Disfruta de este baile. Lleva la atención a las dos manos simultáneamente, deja que tu respiración se amplíe para acoger a tus dos manos. Tómate tu tiempo para sentirte.
4. Ahora lleva una mano, o ambas, según te sientas, a esa zona que suele molestarte, pósalas ahí y respira. Si tu dolor es de tipo emocional, es decir si sientes ansiedad, o tristeza, o rabia, localiza estas emociones en tu cuerpo, dónde habitan, y lleva tus manos ahí. Si tu dolor es de tipo psíquico, es decir, si te atormenta de algún modo tu actividad mental, o no te gusta lo que ves u oyes en tu día a día, lleva tus manos a la cabeza, a la frente, a ambos lados, sobre las orejas, sobre los ojos, o en la coronilla, según lo sientas. Posa tus manos, toma contacto con tu dolor, respira, y lleva la respiración a ese lugar que tocan tus manos. Incluso si lo que estás tocando es tu tobillo, te sorprenderá comprobar que puedes mecer tu mano con tu respiración incluso en esta zona tan alejada de tus pulmones. El movimiento respiratorio es una oleada que recorre y mueve todo el cuerpo, aunque sea de una forma muy sutil. Si estás en posición horizontal y tus manos no llegan a alguna parte distante como las rodillas o los pies puedes adoptar la posición fetal. De hecho puedes adoptar esta postura para tomar contacto con cualquier parte de tu tiempo, siempre que no restrinjas la respiración y te sientas cómoda. Quédate a unos minutos, siente el calor y el peso de la manos, siente la respiración, siente el dolor, deja que se diluya o alivie con cada respiración.
5. A continuación, una vez el contacto se ha hecho intenso y concentrado formula una pregunta: ¿Qué necesito? o ¿Qué me está pasando? o ¿Qué puedo hacer?o dirígete directamente a tu herida y pregúntale ¿Cómo puedo curarte? ¿Cómo puede aliviarte? ¿Dónde está mi fortaleza?. Elije cuidadosamente una de estas preguntas, o formula una que te nazca del corazón. Después guarda silencio. No te cuentes una historia. No te cuentes la historia de lo que te está pasando, no comiences un discurso sobre las cosas que debes o puedes hacer, para sanar. No digas nada y quédate escuchando, muy atenta, en calma. Siente lo que te esta pasando, no lo pienses, siéntelo. Sólo sumérgete en tus sensaciones corporales y realiza una escucha muy atenta. Como resultado de esta escucha puede que recibas la comprensión de cual es el siguiente paso, o simplemente una sensación de tranquilidad, o seguridad, o fortaleza se instale en ti. Puede que sólo consigas relajarte, o puedes que alcances una visión clara y diáfana de tu situación vital. En cualquier caso desapégate del resultado y conecta en silencio. Cualquier cosa que se desprenda de esta escucha será buena para ti.
6. Finalmente, realiza una declaración, o un compromiso, contigo misma, o con tu herida. Un compromiso de cuidado y atención, de respeto y sanación. Puedes decir, Me comprometo a conectar con mis necesidades y atenderlas con amor y respeto. O cualquier otra cosa que te resuene con lo que has percibido durante la escucha. Me comprometo descansar cuando lo necesite, y a alimentarme con alimentos que me hacen bien. Busca que clase de compromiso requieres establecer contigo y decláralo, escríbelo si es necesario y fírmalo, llévalo contigo.
7. Lentamente, despliega tus miembros, amplía la respiración, vuelve poco a poco a tomar contacto con el mundo. Siente cómoda y en paz. Respira.
Espero sinceramente que este ejercicio te ayude a tomar contacto con tus necesidades y te anime a emprender, o continuar, el camino hacia el equilibrio y la armonía. Si quieres conocer más acerca de Rama- Raíz como sistema de acompañamiento integrativo, visita nuestro blog: RAMA-RAÍZ
Fuente: Yoga Sala Málaga