Embarcado en una nueva etapa creativa, el artista radicado hace unos 20 años en Estados Unidos proyecta hacer una retrospectiva en el Caraffa de Córdoba y asegura que hoy lo suyo es «el silencio y la mirada interior»
Por Diana Fernandez Irusta | LA NACION
Corpulento, discretamente distante, Eugenio Cuttica se pasea por entre las instalaciones de su taller en el edificio Central Park de Barracas. Observa las enormes telas del tríptico Luna y la ballena: una niña y un cetáceo en tres instantes de estática, abismal, contemplativa presencia. Como la mayoría de sus piezas, la obra es de grandes dimensiones (suele trabajar en formatos que oscilan entre los dos y tres metros de largo o alto). Pero la suavidad de la textura y la serenidad de las tonalidades poco tienen que ver con la rabiosa corporeidad de su producción anterior. Aquellas paletas desbordantes, plasmadas sobre superficies rugosas, muchas veces engrosadas por el uso del poliuretano, han cedido lugar a pinturas inusitadamente tranquilas.
Grito llama el artista a su producción anterior, al tiempo que opta por denominar Silencio a la nueva etapa, en la que, aun con la intensidad visual de trabajos como Luna y el árbol de la vida, la búsqueda pasó a ser otra.
«Tuve mi época de pintura de catarsis, que era reflejar al demonio -cuenta-. Lo voy a decir en palabras de Luciana Acuña, una curadora: había llegado al límite de la enunciación. El sufrimiento, la denuncia., desarrollar sensibilidad a partir de allí tiene un límite. Sin embargo, yo creía que más es más. Y todo se transformaba en una textura en la que ya no se podía leer nada. Cuando me di cuenta de esto, empecé a sacar más de lo menos, a despojarme. Vaciarme».
Radicado en los Estados Unidos desde la década del 90, actualmente vive entre Nueva York y Buenos Aires. Este año, cuenta, su agenda tiene apuntadas varias citas por este lado del mundo: entre mayo y junio proyecta hacer una retrospectiva en el Museo Emilio Caraffa de Córdoba y, en cuanto se inaugure la estación San Pedrito de la línea A del subte, espera ver expuestas varias obras allí (una reproducción de uno de sus cuadros y cuatro retratos de personalidades históricamente ligadas al barrio de Flores). Mientras tanto, insiste en su nuevo derrotero expresivo que -le importa destacar- dista de ser sólo un cambio de timón estético. «Dejé de creer en el intelecto como medio de llegar a lo sublime. Me di cuenta de que eso tenía un techo; tuve que retroceder y empezar de nuevo, transitando por los canales de la intuición y el no pensamiento. El artista debe ser como una antena: recibe una frecuencia que lo traspasa. Es una experiencia ligada a lo místico, muy difícil de explicar en lenguaje verbal».
-¿De qué modo esa experiencia se plasmaría en las telas?
-Intento, ya no pintar una imagen, sino hacer cuerpos energéticos. Que el conjunto de la composición forme un ente simbólico, que sea un pedacito del orden del universo.
Los llamados. Así define Cuttica los momentos en que supuso que algo diferente lo convocaba. La primera vez, cuenta, fue a los 7 años. «Recuerdo haber sentido un estado de epifanía, de plenitud y conexión íntima. Ese estado mental y mis padres, preocupados, a mis espaldas.» Asegura que otra de estas percepciones le sobrevino cuando tenía 21, época, por otra parte, de plenitud profesional: ya pintaba y, además, trabajaba como asistente de Antonio Berni en la restauración de los murales de Galerías Pacífico. Hace unos 13 años, el encuentro con el músico, escritor y pensador canadiense Kenneth G. Mills y una breve estadía en un monasterio budista terminaron de definir el rumbo. «La palabra espiritualidad hoy está devaluada -reflexiona-. La gente la identifica con los libros de autoayuda. Pero no es así, al menos para mí. Creo que la espiritualidad verdadera se vincula a lo real, que es la dimensión que está por detrás de las cosas. Porque el mundo material es, en realidad, una ilusión. El arte verdadero es espiritual y el verdadero artista es como el anciano que siembra un árbol sabiendo que no lo va a ver crecer; es alguien que hace un acto que lo trasciende».
-¿Esta intensidad, entonces, es la que está buscando en su obra actual?
-Cuando di este giro, mi obra se volvió más potente. Intuitivamente, esto estaba en mí desde que era un niño. Vaciarse para comunicarse con el origen; entender ese vacío como el espacio de oro previo al acto del creador. Pero despojarse también tiene un límite. Sería. poner un rectángulo blanco. Y eso ya se hizo.
-¿Por qué tanta referencia a lo femenino en sus trabajos?
-He pintado un cuadro que se llama Ultima cena de mujeres, que tiene que ver con esto. Creo que la mujer moderna ha logrado muchas cosas. Pero también está llevando un gran peso. Una melancolía, como si hubiera perdido algo. Por eso pinté una niña recostada debajo de la mesa, que es la verdadera femineidad, que espera.
-¿Cómo definir esa verdadera femineidad?
-Es la redención que conquista. En el caso de la mujer, una actitud de renunciamiento amoroso. Creo que, en el afán de conseguir una posición de igualdad, persiguiendo una estrategia de poder, las mujeres han perdido su verdadera potencia. Olvidaron que la suavidad puede vencer a la fuerza. Combatiendo lo que aman -al que aman-, han perdido su esencia. Cuando el movimiento feminista se propuso vencer al machismo, lo enfrentó con herramientas machistas. El resultado es que el machismo, en lugar de haber sido reducido, ha sido ampliado. Ya no hay un yin y un yang; sólo hay yang. Y todos estamos muy solos.
-Hábleme de Luna, la niña que aparece en muchos de sus trabajos.
-Tiene 9 años, es la hija de una amiga. Es como un ángel bajado del cielo y, en realidad, tiene otro nombre. En mi obra, representa esa femineidad en estado puro. Suele estar de pie sobre una silla, instrumento que representa el trono, lo real. Hay que tener en cuenta el dualismo de esta palabra, que alude a la realeza y a la realidad. Un estado de descanso en alerta: ella está de pie, en una actitud firme, de elocuencia. Es el poder de la ternura. Con la mirada puesta en el horizonte, que es la mirada que atraviesa la materia y lo formal. Posición de mujer samurái: la delicadeza no es debilidad, sino posición de fuerza sutil.
-¿La preferencia por las obras de gran formato tiene que ver con su paso por la arquitectura?
-Puede ser. No obstante, lo que más le debo a la arquitectura es el hecho de trabajar en series, encarar cada cuadro como un proyecto. La serie, como la oración, está ligada a la repetición consciente, que es la única forma de profundizar algo. Es lo que hace quien va a buscar leña todos los días, y siempre lo hace de manera diferente. Se trata de encontrar lo original en lo mismo, la libertad en la limitación.
VIDA Y OBRA ITINERANTE
- Nació en Buenos Aires en abril de 1957.
- A principios de los años 80 estudió Arquitectura en la UBA. También realizó cursos con el arquitecto Justo Solsona.
- En 1978 participó de la restauración del mural El amor, realizado originalmente por Antonio Berni en 1945, en la cúpula central de las Galerías Pacífico.
- Participó en muestras individuales y colectivas en Buenos Aires, Amsterdam, Boston y Nueva York, entre otras ciudades.
- En Internet: www.eugeniocuttica.com.ar