El poder del pensamiento positivo

Jasin, un niño trasplantado, juega en el Hospital de La Paz. | EFE

Jasin, un niño trasplantado, juega en el Hospital de La Paz. | EFE

Con tan sólo cinco años se dan cuenta de que las personas con pensamiento positivo se sienten mejor que aquellas con ideas más negativas Laura Tardón | Madrid. Actualizado lunes 26/12/2011 09:28 horasYa desde el parvulario los pequeños saben que el pensamiento positivo les hará más felices y en esta tarea parece que los padres desempeñan un importante papel. Su optimismo puede ayudarles a entender cómo influyen los pensamientos en las emociones.

Según los autores del estudio que analiza esta cuestión, publicado en‘Journal Child Development’, «nuestros datos demuestran que los progenitores son clave para que los niños aprendan a usar el pensamiento positivo para sentirse mejor ante situaciones difíciles».

Con tan sólo cinco años se dan cuenta de que las personas con pensamiento positivo se sienten mejor que aquellas con ideas más negativas y, según van creciendo, entre los cinco y los 10 años, aumenta su conciencia sobre cómo las reflexiones internas pueden modificar las emociones incluso ante circunstancias objetivamente negativas.

Así le ocurría a la mayoría de los 90 niños (entre cinco y 10 años) incluidos en la investigación desarrollada en la Universidad de Jacksonville y de California (EEUU). Escuchaban seis historias ilustradas en las cuales había dos personajes que vivían una experiencia positiva, negativa y un tercer escenario en el que experimentaban una situación ambigüa. Uno de los dos mostraba un pensamiento optimista y otro, uno más derrotista. Los niños tenían que describir y explicar las emociones de ambos. Como señalan los autores, captaban perfectamente la diferencia. Percibían que el primero se sentía mejor, independienteme del acontecimiento que afrontara. En definitiva, «entendían que pensar en positivo mejora las emociones y la negatividad, sin embargo, hace sentir peor».

Desde muy pequeños, confirma Mara Cuadrado, psicóloga infantil del Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid, «ya se dan cuenta de quién es más feliz y quiénes ven la vida de forma más triste. En los colegios, por ejemplo, cuando han tenido una profesora risueña, optimista y que no se deja llevar por el malhumor momentáneo ante las incidencias del día, tienden a preguntar por ella y querrían volver a verla».
El ejemplo de los padres

La investigación estadounidense también refleja hasta qué punto puede ayudar el optimismo y la esperanza de los padres en sus hijos. Según los autores del estudio, estos dos aspectos proporcionan más habilidades al pequeño para entender el poder del pensamiento positivo. Como asegura Christi Bamford, una de las responsables del trabajo y psicóloga en la Universidad de Jacksonville, «aparte de la edad, lo que más ayuda a un niño a conocer los beneficios del pensamiento positivo es el nivel de esperanza y optimismo de sus padres».

La psicóloga lo ve en su consulta. «Veo padres tristes, que no se emocionan por nada y dejan que pase el día. Esos niños, a menos que tengan otras influencias, probablemente tomen esa misma actitud. Al fin y al cabo, aprendemos de lo que vemos y escuchamos, entre otras cosas». Y agrega: «Especialmente entre los cinco y los 12 años, los padres tenemos mucha capacidad para influirles y ellos tienen una enorme facilidad para adaptarse. Podemos ayudarles a ser más felices a pesar de las experiencias difíciles que les toque vivir».

Un padre positivo, incide Cuadrado, «potencia lo mejor del niño y le enseña a confiar en sí mismo y en los demás. Le enseña que un hecho negativo es un problema, pero un problema que él puede resolver con sus propias herramientas». Sin embargo, un padre negativo «les hace ver a sus hijos las desgracias de la vida y a desconfiar de todo el mundo; reduce su autoestima».
El optimismo en la consulta

En la práctica clínica, «muchas terapias cognitivo-conductuales se centran en el pensamiento positivo, intentando cambiar los negativos por los más optimistas», afirma Diego Padilla, psicólogo clínico del Área de Gestión Clínica de Psiquiatría y Salud Mental del Hospital Universitario 12 de Octubre. La idea es habilitar a la persona para que maneje sus pensamientos. Cuando es positivo, «el niño es más feliz, estudia más, se relaciona con mayor facilidad…». Sin embargo, cuando es negativo, como por ejemplo cuando piensa «se van a reír de mí», el pequeño tiende a lo contrario, a retraerse más.

Sin embargo, el hecho de que el pequeño sepa manejar mejor sus pensamientos no depende sólo de los padres, recalca el experto español al comentar el estudio. Ellos pueden ayudarle a entender que permiten sentirse mejor en cualquier circunstancia de la vida, pero existen numerosos factores que influyen en la capacidad del niño para ser más optimista. «El contexto social, cultural, político, económico, sus propias experiencias, etc. conforman el estado emocional del menor», subraya.

No obstante, este psicólogo señala que en la consulta clínica empiezan a manejar otras herramientas para cambiar los comportamientos de los niños con problemas. «Cuando el menor cree, por ejemplo, que no va a aprobar una asignatura, en lugar de intentar cambiar esta idea por otra más optimista, procuramos que se centre en otros valores (familia, amigos, etc.) y practique ejercicios para que sean capaces de distraerse, de alejarse de los pensamientos ‘dañinos'».

Aunque cambiar los pensamientos negativos por los positivos produce mejoras en un plazo corto de tiempo, a la larga, «no funciona tanto. Obliga a la persona a luchar contra sus propias emociones y eso es muy difícil de cambiar. Parece que da mejores resultados aceptar los pensamientos de uno mismo e intentar alejarse de aquellos más dañinos». En el hospital donde trabaja este especialista, están desarrollando un estudio sobre esta nueva estrategia y «vemos que en unas seis o siete sesiones ya podemos dar el alta al 50% de los niños que vienen a consulta, por ansiedad, problemas adaptativos, depresión o trastornos de déficit de atención e hiperactividad».
http://www.elmundo.es/elmundosalud/2011/12/26/neurociencia/1324886162.html

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