Diario de búsqueda. Capítulo 10: La Rueda de la Fortuna.

La carta número 10 del Tarot de Marsella nos muestra la imagen de una rueda con unos seres extraños que se aferran a ella, un ser alado que sostiene una espada y parece controlar el tema, desde lo alto, y otros dos seres que parecen hacer girar la rueda, o, por el contrario, parece que intenten detenerla, no se sabe muy bien. Al pie de la carta se lee «LA ROUE DE FORTUNE». Debo reconocer que me fascina esta carta y que he trabajado con ella, esto es, la he contemplado muchas veces y la he dejado penetrarme con todo su misterio. La lectura holística de esta carta es el final de un ciclo y el comienzo de otro. Cuando sale en la última posición, es decir, la de la carta más a la derecha, debe tomarse como un bloqueo y ha de tirarse una nueva carta para saber qué hace girar la rueda, es decir, qué otro arcano, con su energía y su secreto, puede deshacer el bloqueo.
Digo todo esto porque el proceso de coaching que acabo de cerrar (seguramente para iniciar otros procesos de aprendizaje), me recuerda a esta carta, y encuentro muchas similitudes entre el coaching y la forma en que opera este arcano. Uno se presenta en el despacho, o en la consulta del coach, porque quiere trabajar sobre algo en lo que está atascado, uno de esos bucles de los que no somos capaces de salir, repitiendo el pasado, como una rueda que pasara siempre por el mismo sitio una y otra vez, y uno sin poder dar con la tecla de «qué me está pasando». Con la ayuda de este, o esta, acompañante que es el coach, uno va haciéndose consciente de la rueda, o bucle, en que anda enredado, observa que esta lejos de estar en el centro y se ve como uno de estos seres grotescos aferrándose a no se sabe que parte de la rueda para no ser arrollado. Uno empieza revisar la creencias, los juicios, las narrativas internas, y a verlos también como estos seres que bloquean la rueda, e impiden su movimiento. Creo que el personaje de arriba es el mismo coach, un ser medio demoníaco, es decir, conectado con el lado oculto de las cosas, que lleva una espada en la mano, que es símbolo de la penetración mental y la capacidad de cortar con el pasado y los apegos.
Poco a poco uno va observándose desde otros ángulos, empieza a modificar el observador que somos, la forma en que observamos, y la historia que nos contamos acerca de lo que observamos, percibiendo todas esas criaturillas extrañas que nos pueblan, todos esos pensamientos repetitivos, todas esas creencias limitantes, acerca de nosotros y acerca de todo lo demás, esa película que me cuento acerca de lo que es el mundo. Comenzamos a ver qué creencias me dan poder y cuáles me lo quitan. Qué pensamientos, y qué palabras, me están limitando y cuáles me están potenciando, cuáles me conectan con mi esencia y mi fuerza. Aprendo a observar mis emociones, y veo cómo fluctúan a lo largo del día, en qué estados de ánimo me enredo y giro, sin poder parar, y aprendo a situarme en el centro, en el eje de esa rueda y desde ahí veo todo el movimiento que estoy generando. Desde el centro de la Rueda ya no me enredo en los pensamientos, sino que estos van y vienen, y no me enredo en las emociones, entro en ellas, las vivencio, y las dejo ir, sin engancharme, observo la impermanencia de las formas yendo y viniendo. Desde este centro de quietud y silencio ya no pienso, sino que los pensamientos ocurren, me ocurren, ¿a mí? El eje de la Rueda es la consciencia misma, y el misterio de esta carta es hacerse consciente de la consciencia, mientras esta crea todas la formas para verlas desaparecer desde el momento en que aparecen. Es la consciencia haciéndose consciente de si misma mientras crea y destruye.
Por otro lado nada cambia. La Rueda sigue su marcha, no se detiene. No cesa el Ser, como tampoco cesa el Hacer. Sólo podemos hacernos conscientes de este proceso, o enredarnos en el Hacer perdiendo de vista el Ser, nuestra alma, nuestro centro. Es una elección que se renueva a cada instante. ¿Desde dónde decido vivir, desde dónde observo el devenir? ¿Dónde pongo el límite a lo que soy? Pues lo cierto es que yo soy, y todo lo que pongo después del «soy», por muy positivo que me parezca, me limita. Yo soy guapa, o masajista, o padre, o feminista, o bombero, o tímido, o inteligente, un desastre o encantadoramente seductor. Cualquier cosa que coloquemos después del «soy» nos limita, nos concreta, nos restringe, nos impide Ser, con mayúsculas, sin restricciones. Y sin embargo, parece insoslayable, creamos nuestra realidad a partir de que nos decimos a nosotros mismos, y a los demás, qué somos. Encontramos a alguien, y en seguida nos pregunta qué tal nos va, o en qué andamos, y en seguida, contestamos, encantados de poder largar el rollo, y le contamos nuestra historia, esa historia que me cuento a mí mismo, a cerca de la edad que tengo, de la situación en la que me hallo, las últimas opiniones adquiridas en la última lectura de autoayuda, y las expectativas que tengo y por supuesto, aparecen mucho «mi» y «me» y «mío». Mi vida, mi amor, mi trabajo, mi opinión, porque me duele, y me dijeron, y ahora… Nos lo tomamos todo como algo personal, como algo que me ocurre a «MÍ». Y así nos va, y nos irá, pues la Rueda no se para. Pero una cosa está clara, al menos de momento, y es que más práctico, armonioso y vivo centrarnos en el eje de la Rueda y operar, esto es Hacer, desde ahí. Relacionarme desde mi centro, conmigo mismo y con los demás, tomar decisiones desde ahí, hablar desde ahí, escuchar desde ahí, Ser desde ahí. ¿Qué cómo se sitúa uno en ese centro? Pregúntele a GEMMA MARTÍN NARANJO, ella puede ayudarles, o puede que no, pero merece la pena intentarlo.

La Rueda es un símbolo que se repite en muchas culturas, es la Rueda de la Vida, la Rueda de Dharma, la Rueda del Karma, La Rueda de Showarma (sí, no lo digo en broma, muchas cosas pueden comprenderse en la contemplación receptiva de un rulo de carne girando en torno a un fuego abrazador alimentado por gas butano). Vueltas y más vueltas, de la Tierra girando en torno al Sol, del Sol en torno a su galaxia, de la galaxia en torno su centro cósmico, vueltas y más vueltas. No te preocupes si te mareas, es normal. Mientras tanto puedes hacer coaching, que no detiene la Rueda, ni te soluciona ningún problema, pero te ayuda acercarte a ese centro, a ese eje, y desde ahí a pasar a la acción.

Muchas gracias, GEMMA MARTÍN NARANJO, por acompañarme estos cuatro meses, por respetar lo que soy, y ayudarme a observar desde otros ángulos, desde otras ópticas, para poder descansar por fin en mi centro. Infinitas Gracias.

Aquí concluye este diario. Se cierra un círculo y se abre otro: El Canto de Cacán. Un nuevo camino que recién comienza, un trabajo con las fuerzas sutiles, con otros ámbitos de la realidad, un canto a la Vida, a lo Sagrado que reside en cada cosa, a la Naturaleza, a la Magia, a las Fuerzas Arquetípicas, a los Sueños, un sueño de Luz y Paz para todos lo seres, de éste y de los otros mundos que se ocultan en éste. El Canto de Cacán es un cuento de sanación, un cuento abierto, una herida abierta, una mano abierta, un cielo abierto y la tierra abriéndose, pariéndose, nutriéndose, amándonos. Hasta entonces.

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