Artículo publicado originalmente en este blog el 5 de diciembre de 2005
Cuando uno está en su rutina de invierno y lluvia, troca en los tiempos de ocio las experiencias personales por la filosofía y la literatura. O sea, el salir fuera por el calor de la estufa, el libro al lado y la taza de té.
Y de este mismo asunto quiero hablar en esta entrada. Las ideas viajan y son más rápidas que las personas. Junto con las mercadurías exóticas, de Oriente lo primero que llega a Occidente, que sepamos, son sus filosofías, sus libros y hasta su gramática. Es interesante la fortuna que corren las doctrinas vedánticas y budistas en Occidente, su interpretación y, en ocasiones los equívocos.
Uno de los pioneros de esta importación de ideas fue precisamente Schopenhauer, como explica Frédéric Lenoir en El Budismo en Occidente. Ahí se dice que fue de este autor que Freud tomó el concepto budista de subconsciente, si bien, como es sabido, Freud recortó mucho el concepto, limitándolo a lo biográfico de cada cual, Jung le devolvería luego un poco de más amplitud hablando del “inconsciente colectivo”, mientras que en el budismo el concepto original tiene una dimensión cósmica. Otro equívoco es el relativo al Nirvana, que es confundido por Nietzshe con el nihilismo y por Freud por su “pulsión de muerte”. Como es sabido en el budismo al Nirvana no se le concede mayor importancia, pero aquí se reveló como un concepto prometedor donde cada cual quiso ver lo que ya traía visto y pensado.
El caso es que filósofos como Schopenhauer o Nietzsche simpatizaron con las doctrinas que iban conociendo de Oriente, y consideraban que coincidían con las suyas. Evidentemente era coincidencia en el otro sentido, el de la historia. Pues las filosofías de Oriente vienen calando en Occidente al menos desde la época clásica en Grecia. Tras la brecha del medioevo, vuelve a reanudarse la comunicación con las navegaciones coloniales europeas. La sintonías conceptuales a partir del renacimiento son sorprendentes. Tal es así (y esto siempre me resultó llamativo) que Deshimaru explicaba el Zen con terminología kantiana. Decía “sin noúmeno”. O sea, según él, detrás del fenómeno no hay nada. O que esa realidad a la que apuntaban los apriorismos kantianos no solo eran inefables sino que no tenían substancia o existencia alguna. El inextricable Hegel (¿alguien lo ha leído directamente?) huele a Tao y Heidegger es Zen en terminología abstrusa.
Alguien con capacidad suficiente debería estudiar las veladuras, la ocultación que la filosofía académica occidental ha hecho de sus fuentes orientales. Tal ocultación comienza su final cuando termia el sombrío periodo colonial. Hasta entonces parece como si en Occidente, en Europa en particular había mucha soberbia como para reconocer que los pueblos colonizados tenían algo que enseñarles. La verdadera revolución no llegó por tanto con las noticias intelectuales de Oriente, sino más bien cuando algunos “viajeros espirituales” tanto orientales como occidentales comenzaron el auténtico trasiego más que de ideas de prácticas y de disciplinas. Hoy en día parece ya una quimera pretender por parte de la filosofía europea que Oriente no existe o que es una etapa previa, cuando está claro que la filosofía oriental no ha sido alcanzada ni de lejos por su homóloga de Occidente.
Precisamente el asunto donde la sabiduría de Oriente acierta al tiempo que la Occidente fracasa es en manifestarse como una sabiduría propiamente dicha, algo que en este hemisferio sólo se produjo en la Grecia clásica, tal vez un poco en Roma y luego con los místicos principalmente los de España, Alemania y, por cierto, previamente los del Occidente musulmán. Es decir, algo más que un mero conocimiento intelectual sino un conocimiento vital al mismo tiempo que trascendente. O mejor dicho, tan vital como trascendente. Aquí en Europa la costumbre ha sido que personas con supuesta sabiduría o que la buscaban o amaban (que es lo que significa “filósofo”) fuera del escritorio o de la cátedra en nada les asistía o les caracterizaba su supuesto conocimiento. Para ofrecer un contraste el de las escuelas griegas, que caracterizaba al filósofo o al sabio con un tipo determinado de vida, bien fuera éste socrático, estoico, epicúreo, cínico o platónico. En Schopenhauer se produce precisamente el rompiente de ambas corrientes. Leyendo a este autor, que ya señalaba a la persona como centro de sus pesquisas, da la sensación de que la teoría le funciona pero no las consecuencias en la propia vida bien sea esta pública o privada. Y no es que estemos en el lugar de evaluar la vida de nadie, pero es que a partir de este autor y más de Nietzsche resulta que la vida de los filósofos importa, y ya lo creo que importa, pues es por sí filosofía misma o su aplicación práctica.
Este parece ser el punto donde la influencia oriental todavía no había podido asistirles: todavía no habían sido transmitidas sus técnicas y prácticas: principalmente el Yoga y la Meditación. Se trata no tanto de un conjunto de teorías o sabidurías formuladas sino de unos procedimientos para que cada cual pueda obtener la sabiduría por sí mismo. Y esto no solo es la sabiduría primera sino también el principio de la sabiduría.
Hoy en día algunos conceptos de la filosofía oriental son incluso más conocidos que sus correlatos occidentales. Muchos saben o creen saber qué es el Nirvana, pero pocos han oído siquiera hablar de la “ataraxia”. Por ejemplo, a mí me ocurre que para entender algunas teorías abstrusas de por aquí procuro traducírmelas al sánscrito, por así decirlo. Por lo que hojeo por aquí y por allá la síntesis entre la filosofía occidental y oriental va cuajando. Lo más parecido al espíritu filosófico original de Grecia que conozco son los “mondos”, los “kusenes” de las “sheshines” Zen o las charlas y debates con Rudra, durante o tras las largas jornadas de asanas y pranayamas.
Tal vez no hubieran sido lo que fueron, si es que eso importa, pero si Schopenhauer y Nietzshe hubieran tenido la ocasión de practicar Yoga o Meditación a lo mejor les hubiera gustado (la búsqueda de la sabiduría dentro de sí, en su propio cuerpo), y probablemente hubieran sido más sanos y felices (y eso sí que importa o, al menos, le importa a cada cual).
Según leo en el capítulo 14 del libro de Safranski, Schopenhauer y los años salvajes de la Filosofía, uno que sí, al parecer, se interesó por las prácticas espirituales de Oriente fue un vecino de Schopenhauer en Dresde: Kraus el cual, al parecer, le asesoró en cuestiones asiáticas, incluso le instruyó un tanto acerca de la meditación. ¿Lo aprendería igualmente en libros? El caso es que las teorías de este autor alemán, aunque con nulo eco en su propio país, tuvieron una buena acogida en España. Interesantes rodeos y vericuetos en la difusión de las ideas.
Más sobre las posibles influencias de Oriente en Occidente en:
Influencias de la Filosofía Oriental en la Griega durante la Antigüedad.
http://yogasala.blogspot.com.es/2007/09/influencias-de-la-filosofa-oriental-en.html
El monacato o la soltería
http://yogasala.blogspot.com/2006/06/el … ltera.html
Fuente: Yoga Sala Málaga