Comparto aquí una dulce historia que he encontrado en Internet y que ilustra una de las verdades más trascendentes y ciertas que conozco.
Había una vez un abad conocido en su zona por su generosidad. Nunca se negaba a dar caridad a los mendigos que se acercaban a la abadía. Más daba y más rico se hacía la abadía…
Pero el viejo Abad murió. Su sucesor tenía un carácter muy diferente, con una tendencia a ser mezquino y avaro. Rehusaba a menudo albergar a los que llamaban a la puerta de la abadía solicitando refugio.
Un día un anciano se acercó a la abadía pidiendo asilo para la noche. Explicó que el anterior abad ya lo había albergado. Pero el nuevo rehusó darle cobijo, con el pretexto de que la abadía ya no podía permitirse esos lujos.
-Nuestro monasterio ya no puede aceptar extranjeros. Tiempo atrás éramos ricos, pero hoy ya nadie nos ayuda.
-Sabe usted – respondió el anciano – creo que es debido a que usted ha echado a dos hermanos del monasterio.
-No recuerdo tal incidente – respondió el abad perplejo.
– Ah, pero yo me acuerdo muy bien, además se trataba de dos hermanos gemelos. El primero se llamaba “Dad” y el segundo “y recibiréis”. Cuando habéis echado a Dad, también se ha ido su hermano.
El Abad comprendió entonces que él mismo había contribuido a la pérdida de sus riquezas.
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Fuente: Regenerative Wellness