Para dar salida a un propósito, para impulsar una idea, es necesario realizar previamente una planificación a corto plazo, ya que la velocidad a la que se mueven los acontecimientos desaconseja la programación de largo vencimiento. Los objetivos deben ser claros y posibles, ya que si se apartan mucho de nuestra realidad pueden generar frustración. Trazar metas es un paso imprescindible en el camino para alcanzar el éxito, ya que éstas permiten fijar objetivos que motivan a la persona a seguir un trazado determinado. El potencial de nuestra mente es muy grande y es por ello que debemos procurar ser conscientes de lo que ordenamos. Las metas nos permitirán alcanzar aquello que deseamos…
Cuando fijamos una meta deben planificarse los pasos seguir hasta el último detalle, porque cuanto más clara sea la planificación, más sencillo resultará alcanzar el objetivo. Nuestro cerebro se parece a un ordenador, al que hay que proporcionarle instrucciones para que lleve a cabo sus funciones.
Un fallo en la planificación puede significar que en nuestro inconsciente planeamos fallar, porque en ocasiones se plantean luchas internas entre distintas tendencias. Por ejemplo, en el momento que estoy escribiendo estas líneas, numerosos aficionados de un equipo de fútbol están viviendo una lucha interior. Por un lado desean que su conjunto gane los partidos, pero por otro esperan que pierda para que el equipo cambie de entrenador y de presidente, ya que al estar muy mal situado en la tabla clasificatoria, varios resultados negativos podrían acarrear los cambios drásticos que muchos seguidores esperan. Imaginemos que un jugador del equipo –que con el entrenador actual es suplente- estuviera sintiendo lo mismo que esos aficionados, si quisiera planificar sus próximos partidos, es probable que cometiera fallos de planificación, porque existiría en él un enfrentamiento interno y una parte de su personalidad planearía fallar, mientras otra desearía su máximo rendimiento sobre el terreno de juego. Por lo tanto, es necesario fijar mucho la atención en el proceso de planificación, para evitar que nosotros mismos nos impidamos conseguir los objetivos propuestos.
Es importante cuando fijamos metas en nuestra vida que éstas persigan objetivos claros, ya que si generan contradicciones será más difícil que podamos conseguir alcanzarlas. Por ejemplo, si mi meta es la de conseguir una pareja, realizaré una minuciosa planificación de los pasos que voy a seguir: me acicalo; salgo siempre con mi vestido de domingo; frecuento lugares en los que puedo encontrar el tipo de persona que busco; me apunto a fiestas, a reuniones sociales, para poder activar mis relaciones públicas… Pero resulta que duerme conmigo un animal de compañía y por lo tanto el espacio que debería compartir con la pareja está ocupado. Es preciso comprender que además de llenar un espacio físico, el animal también representa, de forma simbólica, un impedimento, ya que solemos darle la categoría de sustituto, y lo mimamos y cuidamos como tal. Ello generará una contradicción que dificultará la obtención de mi objetivo. Siguiendo este razonamiento, lo coherente sería invitar a nuestro animalito a abandonar la cama para liberar el espacio, del mismo modo que si esperamos la visita de un amigo, deberemos vaciar el armario antes de que llegue si queremos que tenga un espacio donde colgar su ropa.
Otro ejemplo, he decidido activar mi prosperidad y planifico los pasos a seguir. Pero en un periodo pasado relacioné ganar más dinero con disponer de poco tiempo para dedicarle a mi familia o a mis placeres personales. Ello significa que será muy difícil conseguir la meta que me he trazado ya que se opone internamente a algunas de mis prioridades anteriores.
Será pues imprescindible dar un repaso a las vivencias de los últimos tiempos, a los decretos y limitaciones que nos hemos impuesto antes de emprender nuevas metas. Se trata de cambiar de actitud y de forma de pensar. En el caso anterior la persona debería darse cuenta que puede dedicarse a su familia y a sus aficiones, con menos tiempo pero con más intensidad. Si está una hora con sus hijos, a plena dedicación, puede ser mejor que disponer de más tiempo, pero con menor entrega real.
Por otro lado, resultará positivo que se fijen distintos tipos de metas, porque si sólo buscamos conseguir dinero, nuestra vida puede perder luz, fe o ganas de cultivar el espíritu, pero si en cambio es el crecimiento espiritual el que anhelamos de forma absoluta y nos obsesionamos en perseguir un gurú, entonces se cortarán las raíces que nos unen a la tierra y que nos proporcionan estabilidad. En el equilibrio está la armonía y éste se consigue haciendo que trabajen a la par las principales tendencias de nuestra vida, es decir: el aspecto puramente físico, las emociones, la parte de lógica y estructuración mental y el desarrollo espiritual. Así, resultará provechoso que tracemos metas en los cuatro terrenos para alcanzar esa armonía: metas profesionales, económicas, familiares, espirituales, de estudio, amorosas, etc.
Es preciso evitar que todas nuestras metas se limiten a conseguir algo que se presenta fácil, que creemos que se puede alcanzar sin esfuerzo, porque el ser humano está dotado de recursos ilimitados y es importante tratar de sacar fruto a esos bienes. Por lo tanto algunos de los objetivos deben parecer inalcanzables –sin serlo- para que proyectemos nuestra imaginación más allá de la realidad del momento. Por ejemplo, si estamos viviendo en un apartamento de dos habitaciones podemos poner como meta conseguir una chalet adosado. De hecho las metas parecen inalcanzables cuando nos basamos en una utilización limitada de nuestros recursos, pero empiezan a considerarse posibles a partir del momento que las planteamos en serio.
Si al contar la meta a otra persona, ésta se ríe pensando que es imposible que la consigamos, estamos en el buen camino.
Por escrito
La mayoría de los grandes eventos que adornan nuestras vidas están consignados por escrito: el nacimiento, la boda, la firma de una empresa o de una cuenta bancaria, la hipoteca, la muerte. Al rubricar un acontecimiento le concedemos una fuerza especial ya que lo cristalizamos, logrando que forme parte de una realidad más palpable.
Así pues, todas las metas deben consignarse por escrito, desglosando al máximo los detalles de la planificación que va a llevarnos a conseguirlas.
Otro detalle importante a recordar es que la meta que escribamos debe ser personal, es decir, nuestra. Resulta contraproducente y estéril tomar la meta de otra persona, la de un padre, una madre, un hermano, un jefe, un gurú, porque el individuo (de forma inconsciente) nunca acabará de enfocar toda su energía en ella al considerar que es de otro, lo cual dificultará mucho su consecución. Este sería, por ejemplo, el caso de un padre que está frustrado porque quería ser abogado y nunca lo consiguió e intenta ”obligar” a su hijo a que estudie derecho. O la típica familia en la que el bisabuelo, el abuelo y el padre han sido médicos y prefijan la meta profesional de su descendiente: deberá ser médico. En ocasiones ocurre con el consentimiento del propio interesado, los padres tienen un negocio y sería muy triste que éste se perdiera, por lo que el hijo toma esa meta como propia sin pensar con detenimiento sobre la actividad que realmente le gustaría desempeñar.
Resulta también fundamental que escribamos en sentido positivo, recalcando lo que queremos alcanzar en lugar de lo que tratamos de evitar.
Otro punto significativo, en relación con lo expuesto, es fijar fechas. Cuando a un sueño le marcamos la fecha en la que se va a materializar, lo transformamos en una meta. A partir de ese momento estamos poniendo una buena carga de energía para que se cumpla nuestro decreto. Es distinto que alguien diga que va a casarse el año que viene, a que especifique que su alianza tendrá lugar el 27 de abril, en la iglesia del Carmen, a las doce.
El “algún día” nunca existió en el calendario, por lo que cada vez que nosotros lo nombramos, nuestro subconsciente lo aparca en algún lugar hasta que encuentre el momento al que corresponde. Espero encontrar algún día pareja, trabajo, equilibrio económico, tener buena relación con mis padres… Podemos tardar mucho en obtener respuesta. Cuanto más concretos seamos mejores resultados conseguiremos de la vida.
Una meta es un decreto que prefijamos con la intención (por lo menos consciente) de que se cumpla. Cuanta mayor concentración y deseo de conseguirla, tendremos más posibilidades de que se cumpla.
Todo el mundo tiene metas, pero la mayoría de ellas son inconscientes o tienen un nivel de concreción muy bajo, lo cual les resta fuerza. En este apartado se incide en la necesidad de concretarlas, de definirlas.
Trazar una meta representa en sí un acto de voluntad, puesto que prefija una intención de movimiento, de acción, de conseguir un objetivo, de ir más allá de donde nos ha situado la vida.
Tomar nuestras propias decisiones
La voluntad está relacionada con la capacidad de tomar iniciativas, de actuar sin esperar a que sean los demás quienes marquen el paso. La falta de empuje nos dejará a la merced de voluntades ajenas, de personas que, por tener un programa humano y de experiencias distinto al nuestro, nos conducirán por caminos que nada o poco tienen que aportarnos como enseñanzas vitales, o sea, nos retrasarán.
La vida se desarrolla con una intención clara: que nos involucremos en ella para que formemos parte de todos sus procesos, por lo tanto es imprescindible tomar decisiones. Debe evitarse, en la medida de lo posible, que sean los demás quienes muevan nuestros hilos, sin que ello implique insumisión.
A la hora de tomar decisiones, a menudo aparece un fantasma por el cual tambalean nuestras estructuras internas y externas: el miedo a equivocarse. Son muchas las personas que ante esa perspectiva prefieren dejar su decisión en manos de otros o compartir esa responsabilidad, pero la experiencia y los resultados parecen asegurar que es mucho más positivo tomar un camino, aunque sea equivocado, que evitarlo. Cada error que cometemos nos sitúa en el sendero del éxito y es por ello que Gay Hendricks, en su libro “La nueva mística empresarial”, apunta que los empresarios místicos transforman los problemas en retos que les ayudan a avanzar.
Pongamos por caso que me equivoqué eligiendo un trabajo y he pasado una temporada lamentándolo, debido a que lo pasé mal en esa empresa. Sería un error grabar ese yerro en el subconsciente porque me llevará a dudar cada vez que deba tomar medidas con relación a mi vida laboral.
En ocasiones una decisión puede desembocar en un proceso doloroso y por ello somos reticentes a la hora de volver a lanzarnos a decidir, cuando la experiencia debería permitirnos que el resultado sea distinto cada vez. Analicemos el caso de una mujer que decidió cortar una relación amorosa porque pensó que era lo mejor, pero la separación le causó más dolor del que esperaba. El resultado fue que en una relación posterior estuvo soportando una situación difícil debido a que tenía miedo de volverse a “equivocar”, cuando lo que trataba de enseñarle la vida –como pudo averiguar a través de una posterior terapia- era precisamente a tomar decisiones. Tras la separación de la segunda pareja sintió un gran alivio.
Nuestra evolución se basa en la acumulación de experiencias y una gran parte de éstas descansan en la toma de decisiones.
Como expone Virginia Satir: (Autoestima) “uno tiene más influencia de la que se imagina para hacer que las cosas cambien, en el momento en que decide responsabilizarse de sus decisiones”.
Es cierto, en parte, que cuando los demás dirigen nuestros pasos, una porción de la responsabilidad de los fallos que cometamos recaerá sobre ellos. Pero a la larga (o quizás, afortunadamente, a corto plazo) nos daremos cuenta del engaño, ya que la experiencia realizada por intermedio de una tercera persona resulta tan poco útil para ella como para nosotros. Esto sucede, por ejemplo, cuando pedimos consejo a alguien sabiendo de antemano la respuesta, pero delegamos en el otro, con la esperanza de que nos diga lo que queremos oír y poder así eludir la responsabilidad de ese acto. Es decir, sé que a mi familia les gusta poco el pescado –a mí me encanta- pero me voy por nochevieja a pedir consejo a la vecina sobre qué cocinar, sabiendo que ella siempre prepara pescado para esas fechas. Lo natural es que me aconseje algún pescado y yo lo compraré pensando que así estoy descargando la responsabilidad sobre ella. Es evidente que todo ello forma parte de un proceso inconsciente. De ahí la importancia de fijar nuestra atención en un cambio de actitud.
Un buen objetivo sería el de investigar y llevar a cabo nuestros propios ensayos, lo cual nos aportará beneficiosas experiencias, a través de las cuales aumentará nuestra sabiduría y por extensión la felicidad.
Cada decisión genera un movimiento en alguno de los centros de nuestra vida y, por lo tanto, activa la voluntad.
Cuando alguien decide sobre su propia existencia se siente libre, pero en el momento que deja de ejercer esa prerrogativa, se siente oprimido.
Conectar con la propia energía (masculina o femenina)
Otra actitud a tener en cuenta es la de conectar con la propia energía, la que le ha tocado a cada uno por nacimiento. Se trata de que seamos conscientes del potencial que tenemos entre manos.
Nos encontramos aquí con dos puntos diferenciados. El primero está relacionado con la aceptación del propio sexo. Resulta fácil encontrar ventajas en el sexo contrario -… si fuera mujer podría conseguir tal o cual ventaja; si fuera un hombre tendría más oportunidades de trabajo… -, pero es una pérdida de tiempo y de energía. Cuanto antes seamos capaces de utilizar, con el máximo rendimiento, las herramientas que la naturaleza nos ha facilitado, antes empezaremos a conducir nuestro vehículo, a dirigir nuestra vida. Lo importante –repitámoslo una vez más- es pensar que estamos en la tierra para adquirir unas experiencias determinadas y tenemos suficiente con lo que nos ha tocado a nosotros para preocuparnos de envidiar a los demás.
El segundo punto que deseo referenciar tiene relación con el control de la energía. A menudo solemos perder tiempo y esfuerzo en intentar apropiarnos del caudal energético de los demás, en querer entrar en su terreno porque a simple vista resulta más goloso que el nuestro, es lo que James Redfield llamaba las farsas de control (la Nueve revelaciones): “competimos por la energía, lo hacemos con el objeto de lograr una mejora psicológica, creemos que debemos conseguir atención, amor, reconocimiento, aprobación, apoyo (todo ello formas de energía) de otras personas”. Pero también puede ocurrir lo contrario, que caigamos en las redes energéticas de otra persona.
Veamos algún ejemplo. Pongamos que tengo un amigo, al que se supone que quiero mucho y al que llamo todos los días para contarle mis penas, es fácil que cada vez que me descargue con él esté intentando apropiarme (de forma inconsciente) de su energía. La prueba de ello será fijarme en si escucho las sugerencias que me plantea o si me dedico a soltar mi perorata sin dejar que medie una palabra, o sin escuchar nada de lo que pueda decirme. Porque en este caso parece claro que mi amistad es muy interesada. Podemos avanzar que este amigo, teniéndome a mí, nunca necesitará enemigos y es probable que acabe cansadísimo cada vez que hable conmigo, que tenga la sensación de que le hayan descargado las baterías.
Tengo una amiga a la que operaron. Cuando me enteré del día que la ingresaban en el hospital, le propuse ir a verla. Ella se negó con amabilidad a que la visitara y me explicó su argumento: “prefiero que nos veamos cuando ya me haya recuperado, porque he prohibido a mi familia que me visiten en el hospital, sé que cuando me operen voy a estar muy débil y necesitaré de toda la energía que me quede para recuperarme. Soy consciente que ellos vendrían de buena fe, pero la gente suele tener la tendencia natural, cuando visitan a un enfermo, de describirle todos los padecimientos que les hayan relatado en el último mes. Y yo sé que esa práctica me agota, es como si me estuvieran sorbiendo literalmente toda la energía. Así que para evitarlo prefiero estar sola.”
A menudo sentimos que el contacto con otra persona nos debilita, consume o desarma, pero nos cuesta entender la razón y más todavía relacionar esa circunstancia con la presencia amiga.
Es posible que después de leer este párrafo seamos un poco más conscientes de cómo se realizan los intercambios de energía. A veces es la intuición la que nos avisa, de otro modo ¿cómo podría entenderse que cuando alguien esté deprimido la mayoría de sus seres queridos desaparezcan de su lado? Sabemos en nuestro fuero interno que esa persona está muy baja de energía y que se enganchará a quien pueda para proveerse y eso es lo que nos induce a huir. Lo que desconocemos es que se puede transmitir energía sin vaciarnos, del mismo modo que podemos ayudar a los enfermos.
En una escena de la película: “más allá de los sueños” Robin Williams, el protagonista, debía salvar a su mujer del mundo de las depresiones y su padre le decía que tuviera cuidado, porque si se dejaba llevar por su esposa, le costaría mucho salir. Nos estaban facilitando, a través de esta escena, una clave. Cuando alguien se encuentra con una persona que está mal, física, anímica o mentalmente, debe evitar, por todos lo medios, entrar en su terreno y eso se consigue manteniendo el ánimo y logrando que sea el otro el que venga hacia nosotros.
Es decir, si estoy con un enfermo lo correcto es contarle chistes, anécdotas divertidas que le hagan reír, en lugar de historias de operaciones fallidas; es importante que consiga levantar el ánimo, porque está ya probado científicamente que una persona animada tiene mayores defensas y padece menos debido a que al reír segregamos endorfinas, una sustancia que el cuerpo humano utiliza como sedante natural.
Una actitud positiva constituirá nuestra mejor coraza y ejercerá el rol de antídoto ante la bajada de energía que tenemos enfrente.
Volviendo a la actitud que da título a este apartado, es preciso conectar con la propia energía ya que cada uno es portador de unas habilidades y debemos concentrar todos los esfuerzos en desarrollarlas hasta que adquieran su plena potencialidad.
Es posible que en ocasiones, para poder conectar con la propia energía, la persona necesite realizar una prospección profunda, tenga que llevar a cabo trabajos de búsqueda interior, de auto conocimiento, lo que podríamos llamar una iniciación. Se trata de aceptar el desafío de descubrir algunas partes de la personalidad oculta, esa eterna desconocida que nos lleva a actuar de forma descontrolada, o como mínimo inesperada, y que trata de obtener el protagonismo en contra de la personalidad establecida. Para ello es importante cuestionarse las relaciones con los demás, tratar de dilucidar si nos aprovechamos de la energía ajena (de forma inconsciente) o nos dejamos manipular. Si llevamos a cabo las pesquisas correspondientes podemos encontrarnos con más de una sorpresa, pero el resultado valdrá la pena.
En resumen, contactar con la propia energía es tomar conciencia de nuestras capacidades y utilizarlas con corrección, es vivir sin envidias, sin celos, sin pretender las propiedades o las facultades ajenas y es sonreír a la vida agradeciendo sus dones.
Salir de la rutina
El ser humano ha desarrollado una tendencia natural a esconderse tras la seguridad de una situación conocida, repetida hasta la saciedad. Esta actitud se produce a menudo para evitar la toma de decisiones, asumir riesgos o nuevas responsabilidades. Es evidente que existen actividades que requieren de una rutina, como podría ser llevar los niños al colegio, ir a trabajar o preparar la comida.
Aquí hablamos de otro tipo de rutina, la que nos lleva, por ejemplo, a darle dinero a nuestra pareja para que se compre un regalo, en lugar de realizar el esfuerzo de comprárselo nosotros y aceptar la posibilidad de equivocarnos. La que nos induce a utilizar el mismo transporte, repetir idéntico recorrido para ir todos los días a trabajar, cuando una ruta alternativa nos permitiría descubrir nuevos comercios y quizás nuevas personas. La rutina que nos lleva a votar al mismo partido, sin tener siquiera en cuenta su programa electoral.
Por la rutina olvidamos demostrar nuestros sentimientos, decirle a las personas queridas que las amamos. La rutina nos empuja a repetir los mismos errores hasta la saciedad o la crisis. A causa de la rutina perdemos muchas oportunidades, desperdiciamos la ocasión de vivir nuevas experiencias.
En cierta ocasión, en el transcurso de un seminario sobre la rutina y sus consecuencias, exhorté a sus participantes a que rompieran sus costumbres y le dijeran “te quiero” a bocajarro a alguno de sus familiares. Al cabo de una semana me llamó Josefina para relatarme su experiencia:
“Aproveché una visita a casa de mis padres y tras estar pululando unos minutos (los necesitaba porque me resultaba un poco violento, tras muchos años sin utilizarlas, lanzarles esas dos palabras de sopetón) ataqué a traición y les arrojé: papá, mamá, os quiero. La reacción fue inmediata. Mi padre voló hacia la cocina como alma que lleva el diablo –creo que quería evitar que se evidenciaran sus sentimientos. Mi madre cayó a plomo en el sofá sin poder contener el río de lágrimas que brotaba de su interior, como si alguien hubiera abierto las compuertas de una presa y yo me solidaricé al instante con ella. Al día siguiente mi padre vino a mi casa para arreglarme varios enchufes y luces estropeadas (llevaba meses sin venir), y mi madre me llamó para ofrecerse de canguro de mis hijos (se lo había solicitado tiempo atrás y siempre se negaba.) Podría afirmar que las dos palabras mágicas han desencadenado una serie de cambios que sólo acaban de empezar”.
Uno se ve inmerso así en procesos rutinarios, sin darse cuenta, como si ello fuera natural. Pero es preciso salir de la zona de comodidad que se establece a nuestro alrededor y eliminar los anclajes que impiden a las verdaderas virtudes emerger.
En ocasiones esa rutina está relacionada con patrones heredados de los padres. Puede ser el caso de unos progenitores que educan a su hijo en el exceso de prudencia, impiden que tome “riesgos” que serían normales como subirse al tobogán o colgarse de un columpio, en edad temprana; ir sólo a la escuela; salir de excursión; ir de campamentos… Ese chico puede fácilmente heredar un patrón de miedo que lo sitúe en una franja de rutina-seguridad cuando sea adulto.
Vemos así como ciertas limitaciones también pueden ejercer como anclas a la hora de intentar huir de la rutina diaria. Lo interesante es que nos demos cuenta que estamos retenidos en esa rutina. De lo contrario puede sucedernos como a los habitantes de la Caverna de Platón, que después de pasarse años contemplando las sombras que se proyectaban en una pared, acabaron creyendo que esa era la realidad, sin percatarse que se trataba de un simple reflejo causado por el sol al proyectarse sobre ciertos objetos.
Tomar conciencia de cuál es nuestra rutina sería la palabra mágica.
Aprender a escucharse (intuición)
Tomarse unos minutos diarios para la relajación para entrar en contacto con la esencia, con el ser interior, para escuchar los latidos de mi propio corazón suele resultar una actitud muy agradecida porque permite sentirse mejor y descubrir la respuesta a algunas preguntas que nos preocupan. ¿Qué sucedería si todas las mañanas, en lugar de saltar de la cama cuando el sargento despertador lo ordena nos sentáramos al borde de la misma a escuchar nuestra respiración? ¿Dejaría de funcionar el metro? ¿Se borraría el número del autobús? ¿Se evaporaría la gasolina de nuestro coche? Vamos demasiado acelerados.
En EEUU empieza a extenderse, tanto en el ámbito empresarial como personal, la costumbre de dedicarle un tiempo a la relajación y la meditación. Ésta es una práctica ya habitual en todos los países del continente asiático.
Propongo otro ejercicio sencillo que resulta beneficioso para la memoria y ayuda a escucharse: “Cada noche, antes de acostarte, intenta recordar todo lo relevante que ha sucedido en la jornada, pero empezando por el último acontecimiento y acabando por el primero de la mañana. Cuando lo domines, complícalo un poco tratando de sentir las emociones que has removido en los demás y los que ellos han activado en ti”.
Esta práctica ayuda a tomar conciencia de las acciones que se han llevado a cabo durante un día, e incluso de la repercusión que han tenido en nosotros y en los demás.
Nuestro tipo de vida y la velocidad a la que vivimos dan poco margen para la reflexión profunda y sobre todo tienden a tapar esa vocecita que procede del interior y que recibe el nombre de Intuición. Escucharla puede representar la diferencia entre tomar la decisión adecuada o equivocarse, entre activar la voluntad o estancarse.
Aprender a escucharse es aprender a respetarse, a valorarse y a estimarse.
Implicarse
La vida está formada por una serie de experiencias en las que el ser humano se ve forzado a participar si pretende llevar a buen término su proceso de aprendizaje. Por lo tanto una de las obligaciones que se presentan es la de implicarse en cada una de las etapas de esa travesía.
Implicarse es tomar parte activa en lo que está sucediendo a nuestro alrededor. Si la empresa en la que trabajamos se ve envuelta en una huelga, si nuestros hijos tienen problemas en los estudios, si la pareja está deprimida, si llaman a la puerta, debemos tomar partido, porque forma parte de nuestra realidad.
La vida concede la libertad de implicarse y entrar así en una zona de oportunidades, aunque en ocasiones frenamos esa opción, en especial a través de cuatro barreras:
La seguridad
Pensamos que nos sentiremos más seguros siguiendo las directrices marcadas por los demás, o porque se supone que ellos dominan la situación (políticos, gurús, jerarquías religiosas, deportistas de élite, científicos, presentadores de televisión…), o simplemente por evitar enfrentamientos. Pero esta actitud a menudo nos lleva a perder oportunidades.
La zona de confort
Resulta, en apariencia, muy cómodo dejarse llevar por la corriente y evitar así el esfuerzo de remar, el problema es que a menudo al despertar desconocemos nuestra ubicación.
En la comodidad suele esconderse un miedo a tener que vivir situaciones nuevas, a afrontar retos. Perdemos con ello la posibilidad de multiplicar opciones de desarrollo.
La tranquilidad de los cementerios
A menudo creemos que si cumplimos con todo lo que nos piden los demás, siguiendo la doctrina de un soldado, van a dejarnos tranquilos y podremos seguir así el camino sin llamar la atención, acogiéndonos a la eximente de la obediencia debida. Pero es un error porque perdemos la “chisposidad” de estar vivos, de sentir la energía en nuestras venas.
Hablar en tercera persona o en plural
Para evitar implicarnos en una situación (aunque sea de forma inconsciente) en ocasiones hablamos en tercera persona, como si fuera otro el que ha pasado por la vivencia que relatamos. También solemos utilizar este sistema de comunicación para criticar o transmitir chismes:
• “Dicen que…”
• “Se dice que…”
• “El otro día oí que…”
Cuando queremos sentirnos respaldados o justificados por los demás hablamos en plural. El antídoto a esta “enfermedad” sería afirmar nuestro compromiso.
Es importante dar nuestra opinión sobre lo que sucede en el entorno y responsabilizarnos de ella, evitando en lo posible juzgar y criticar.
A menudo las circunstancias (la política, los noticiarios, los programas basura, etc.) nos empujan a desinflarnos, a perder la fe, las ganas de luchar, de implicarnos, la esperanza se diluye como el azúcar en el café y nos dejamos llevar, seguros que nada puede conseguir que esa realidad cambie. Pero un simple acto de voluntad puede causar una marea, lo mismo que el aleteo de una mariposa.
Así que resulta imprescindible implicarse, tomar una postura y defenderla, escuchar los argumentos de los demás y definirnos.
La voluntad tiene el cometido de activar todos los mecanismos de nuestra personalidad, ya que representa la mecha que al prender disparará un castillo de fuegos artificiales en forma de circunstancias, de actitudes que generarán un movimiento en nuestra vida.
Sea cual fuere el resultado, nadie quedará indiferente después de activar su voluntad.
Así, en cualquier actividad, proyecto, movimiento, propósito, la primera actitud a tener en cuenta será: Activar la Voluntad.
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Fuente: Regenerative Wellness