«Lo milagroso de la sanación espiritual no es que la persona se cure, sino que cambie» Stella Maris

Stella Maris: «La sanación espiritual se está investigando en Harvard»

Aplica la psiconeuroendocrinoinmunología a pacientes graves y ve «milagros» en enfermos que sanan contra pronóstico.

GASPAR HERNÀNDEZ

–¿Qué es la sanación espiritual?–Un proceso interno del enfermo. Se trata de regresar al estado de sincronicidad, donde uno puede movilizar todos sus recursos: cómo siente, piensa, se nutre. Lo milagroso de la sanación espiritual no es que la persona se cure, sino que cambie.

–Hay diagnósticos que son una condena.–Pero se trata de recibirlos como un desafío y captar el verdadero mensaje de la enfermedad, que es devolvernos a lo que realmente es importante en la vida. Y, desde ese lugar, lograr los cambios que cada uno necesita. Cada cual tiene que hacer cosas diferentes para poner en funcionamiento las capacidades que le permiten sanar.

–¿Qué dice la ciencia?–Se está acercando cada vez más a la sanación espiritual. La psiconeuro- endocrinoinmunología le está devolviendo el alma a la medicina, está rescatando el poder de la persona. En nuestra fundación invitamos a grandes médicos que investigan en la dirección de cómo condicionar nuestro sistema inmunológico. Si lo podemos condicionar con un aroma, como se ha demostrado, ¿cómo no vamos a condicionarlo a través de pensamientos?

–Eso me pregunto yo.–¡Pues claro que podemos! Y a través de las emociones. Solamente va a poder movilizar recursos aquel que quiere vivir, no el que no quiere morir. Hay muchos enfermos que ha- rían de todo para no morir, pero, aquel que quiere vivir, se compromete y genera cambios que no tienen nada que ver con la medicina. A la medicina uno tiene que dejarle la enfermedad, no la vida.

–Pero tenemos grandes médicos y la medicina ha salvado a millones de personas.–La medicina no satisface todas las necesidades del enfermo. Es importante el diagnóstico, pero también es importante cómo se vive. La enfermedad no nos arruinará la vida más de la cuenta. Si uno enriquece su vida, uno planta la semilla de la sanación. El árbol lo hace Dios.

–Usted ve milagros.–Yo veo milagros a diario, pero no los hago. Yo solamente ayudo a sacar los obstáculos que impiden al enfermo llegar a ese lugar desde donde podrá sanar. Hoy sabemos que el sistema inmunológico es condicionado y que está regulado por lo que pensamos y sentimos, por cómo nos nutrimos y por la neuroplasticidad del cerebro. Se trata de asombrarnos por la vida, de actualizar los sentidos.

–¿Qué les diría a los médicos escépticos?–Yo no soy conocedora de enfermedades, de eso se ocupan los médicos, sino de pacientes. Trabajo con muchos médicos, porque es importante establecer un puente entre la espiritualidad –que no necesariamente es la religión– y la ciencia. Todo lo que la persona percibe lo transforma en moléculas. Yo jamás voy a decir que alguien se va a curar, porque no lo sé, pero sí sé que esa persona no va a morir de una estadística, seguro, y que va a mejorar su calidad de vida.

–Todo esto usted lo explica también en Harvard.–Sí. La sanación espiritual se está investigando en la universidad estadounidense de Harvard, adonde me invitan desde el año 2000. Hablo de los milagros que veo y me siento muy feliz al ver que cada vez hay más científicos de todo el mundo que suscriben lo que digo. Cualquier médico ha comprobado cómo, ante el mismo diagnóstico y el mismo pronóstico, el resultado es diferente en según qué pacientes.

–¿De qué depende?–En parte de la genética y en parte de la capacidad de resiliencia. Tenemos que enseñar a los pacientes a ser resilientes, a afrontar la adversidad para salir fortalecidos. Eso también es medicina.

–Háblenos, por favor, de su padre.–Gracias a mi padre me dedico a esto. Él tenía un diagnóstico muy adverso: tenía un cáncer en la próstata con metástasis en el hígado y en los huesos. Le dieron dos meses de vida. ¿Sabe cuánto vivió?

–Cuente.–Dieciocho años. Y terminó muriendo de otra cosa, libre de su enfermedad. No creyó a los médicos que le dijeron que moriría en poco tiempo. El diagnóstico siempre es correcto, pero no hay que aceptar el pronóstico. Mi padre transformó lo negativo de la enfermedad en algo muy positivo, resignificó el legado de la enfermedad. No sabemos por qué enfermamos, pero podemos descubrir un para qué, que nos lleve a enriquecer nuestras vidas.

–¿Cuál fue el para qué que salvó a su padre?–El amor. Mi padre fue la persona más importante de mi vida. ¡Sentí tanto terror ante el pronóstico! Hoy desintoxico la muerte, pero entonces no sabía nada de la muerte. Le pedí a mi padre que no se muriera, por favor, que yo le necesitaba. Y él me lo prometió.

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